Gerald Martin: «He tratado de no convertirme sola y únicamente en el muñeco del ventrílocuo»
Mucho tiempo después, ante la pantalla de su ordenador, Gerald Martin había de recordar aquella tarde remota, dos décadas atrás, en que su editor le iba a hacer una oferta que nadie podía rechazar: «Quiero que escribas una biografía de Gabriel García Márquez». Veinte años después están aquí. La biografía, «Gabriel García Márquez. Una vida» (Ed.Debate), y el propio Martin, latinoamericanista convencido desde hace largo tiempo, satisfecho «por haber sobrevivido a esta odisea», y radiante detrás de su bigote escasamente british y más propio de un cantor de vallenatos que de un profesor inglés, un mostacho a lo Gabo y visado para recorrerse América de cabo a rabo.
Dejando un lado a los Buendía de toda la vida, pocos tienen el secreto, como Gerald Martin, de la lluvia en Macondo, de la visión del hielo, de aquella estafeta donde, todavía, el coronel certifica cada jueves que no tiene quien le escriba. Gran conocedor de la ficción latinoamericana, experto en autores como Miguel Ángel Asturias, Martin no pudo decir que no a la propuesta de trazar sobre decenas de miles de folios en blanco la vida, la obra y unos cuantos milagros (unos verdaderos, otros simplemente atribuidos) de Gabo. «Siendo especialista en literatura hispanoamericana, cómo podía rechazar la idea de escribir la biografía de uno de los hombre más representativos de las letras hispanas del siglo xx, su figura más icónica».
Liberal desde la cuna
Allá, allá lejos, en Aracataca-Macondo, las guerras no duran tres años, duran Mil Días, que es lo mismo pero no es, desde luego, exactamente igual. Allá, al otro lado del mundo, las estirpes puede estar condenadas a cien años de soledad, y puedan heredar las ideas políticas como se hereda el joyero de la abuela. Desde la cuna, desde aquella infancia casi huérfana de Aracataca, donde los abuelos Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán cuidaban a la prole, se nacía liberal, o se nacía conservador. Gabo no eludió su destino. «Es muy necesario comprender que en Colombia la política era muy importante desde que se era niño, y Gabito no fue una excepción -explica Martin-, porque nació en medio de la política. La política no ha sido tan importante en su vida como la literatura, pero sí ha sido decisiva en muchos aspectos».
Durante veinte años, Gerald Martin se ha empapado de la humedad del Trópico, se ha calzado guayabera, ha escuchado a Francisco el Hombre (aquel que le retó al Diablo, y vió como al Maligno le caía la gota fría tras verle cantar), ha bailado el vallenato con Rafael Escalona y ha viajado con Gabriel García Márquez desde la tórrida e infantil Aracataca hasta la gélida Estocolmo del Nobel, pasando por Barranquilla, Europa, México, Cuba, Barcelona, se ha entrevistado con Castro, conoció a Felipe González, preguntó aquí y allá, a los vivos y a los muertos, a conservadores y liberales, a Eréndira y a la Mamá Grande, y hasta desayunó sopa de tortuga al amanecer con los familiares del escritor. «Desde el principio supe -recuerda Martins- que no había que creer todo lo que se decía por ahí sobre Gabo. A finales de los 80, cuando empecé el libro, mayoritariamente se le tenía por un hombre oportunista, acomodaticio, algo vanidoso y arrogante... He de decir que mi opinión sobre él como escritor no he cambiado, en cuanto al hombre sí. Se me ha acusado de ser quizá demasiado deferente, pero creo que Gabo se ha trabajado muy bien mi admiración, aunque yo haya hecho todo lo posible para no ser seducido y hechizado por él».
Gerald Martin ha ido removiendo la hojarasca y a menudo ha tenido que elegir entre realidad y ficción, historia y fantasía. Ya se sabe que el personaje preferido de un escritor es a menudo él mismo. «Probablemente, debido a las trágicas circunstancias de su infancia, cuando era niño tuvo bastante claro cuál era su verdadera identidad, algo que siempre suele pasar con los escritores. Desde muy crío le gustó contar cuentos, por lo que era aplaudido y felicitado. Creo que era su manera de llamar la atención hacia su propia persona. Con la llegada de la fama, empezó a ver que la manera de no ser lo que la Prensa quería que fuera era dar versiones diferentes de cada cosa que le pasaba. Sin embargo, es fácil comprobar que casi todas las versiones tenían y tienen sus dosis de verdad. En parte, se inventaba cosas para no aburrirse, y en parte porque era una de sus maneras de mostrarse «piadoso», dando una primicia a cada periodista».
El paciente inglés
Durante bastantes pasajes de su libro, Gerald Martin ha llegado incluso a mutar, a adaptar su escritura al verbo cálido, mágico y encendido del escritor colombiano. «Sí, es cierto -confirma el biógrafo-. He tratado de no ser el ingles frío y distante que desentonara con la prosa de mi biografiado, pero al mismo tiempo he tratado de no ser simplemente el muñeco del ventrílocuo, y mantener mis distancias».
García Márquez, realidad y leyenda, se mueve a sus anchas por las seiscientas páginas de su biografía. Gabo escribe, bebe, duerme al raso, no acaba la carrera, no cena caliente, habita en un burdel, escribe, escribe, hace periodismo, canta, baila, toca la guitarra, vive, sobre todo vive, sin perder un solo momento de vista ni a su pueblo ni a su gente, ni la tierra, dolorida, que le vio nacer. «En el ámbito literario, no hay nada más interesante que la relación entre un gran escritor y un pueblo, y en el caso de García Márquez, esto es extraordinario, milagroso. No sé si Cervantes bailaría la jota, pero estaba muy cerca de la cultura popular, y en el caso de Gabo también es así. Consigue una reconciliación increíble entre la cultura popular de su país y la supuesta alta cultura internacional».
Desgarrada la patria, desgarrado el continente, sujeto al dramático vaivén impuesto por sátrapas o por guerrillas, Gerald Martin, sostiene que «aunque al ver su foto se piensa inmediatamente en sonreír, todos sus libros albergan un río subterráneo de tristeza, pero él convence a sus lectores de que la vida vale pena a pesar de que sea tan dura, tan difícil y tan negra. Creo que esto es algo profundamente latinoamericano. Es un continente donde pasan cosas terribles y la gente sufre muchísimo, pero es también el continente de las fiestas, de la música. García Márquez, de una manera subterránea, comunica esa visión contradictoria pero consoladora de América Latina».
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